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ChilePodcast


May 1, 2010

350 ChilePodcast  -

 

Lecturas para la Educación Básica

Cuento: Yo si yo no.

Resulta que hace miles de años vivía un matrimonio de Sapos que se querían mucho y que lo pasaban muy bien a orillas de una charca. La casa en que vivían era de dos pisos, con terraza y todo, y en el verano salían de excursión en una barca hecha con un pedacito de pellín y una vela que les tejiera una Araña amiga. Se mostraban muy elegantes con sus trajes de seda verde y sus plastrones blancos. Y no eran nada de, feos, con sus grandes bocas y sus ojos de chaquira negra.

 

Por la única cosa que a veces peleaban era porque al señor Sapo le gustaba quedarse conversando con sus amigos de la ciudad Anfibia y llegaba tarde a almorzar y entonces la señora Sapa se enojaba mucho y discutían mucho más aún y a veces las cosas llegaban a un punto muy des agradable.

 

Y resulta que un día llegó el señor Sapo con las manos metidas en los bolsillos del chaleco, canturreando una canción de moda, muy contento. Y resulta también que ya habían dado las tres de la tarde. ¡En verdad que no era hora para llegar a almorzar! Como nadie saliera a recibirlo, el señor Sapo dijo, llamando:

 

--Sapita Cua-Cua... Sapita Cua-Cua...

 

Pero la señora Sapa no apareció. Volvió a llamarla y volvió a obtener el silencio por respuesta. La buscó en el comedor, en el salón, en la cocina, en el repostero, en el escritorio, en la piscina, hasta se asomó a la terraza para otear los alrededores. Pero por ninguna parte hallaba a su mujercita vestida de verde.

 

De repente, el señor Sapo vio en una mesa del salón un papel que decir:

 

ALMORCÉ Y SALÍ. NO ME ESPERES EN TODA LA TARDE.

 

Al señor Sapo le pareció pésima la noticia, ya que no tendría quién le sirviera el almuerzo. Se fue entonces a la cocina, pero vio que todas las ollas estaban vacías, limpias y colgando de sus respectivos soportes. Se fue al repostero y encontró todos los cajones y armarios cerrados con llave.

 

El señor Sapo comprendió que todo aquello lo había hecho la señora Sapa para darle una lección. Y sin mayores aspavientos se fue donde la señora Rana, que tenía un despacho cerca del sauce de la esquina, a comprarle un pedazo de arrollado y unos pequenes para matar el hambre.

 

Pero como este señor Sapo era muy porfiado y no entendía lecciones, en vez de llegar esa noche a comer a las nueve, como era lo habitual, llegó nada menos que pasadas las diez.

 

La señora Sapa estaba tejiendo en el salón; y, sin saludarlo siquiera, le dijo de mal modo:

 

--No hay comida.

 

--Tengo hambre --contestó el señor Sapo, con igual mal humor.

 

--Yo no.

 

--Yo sí.

 

Y como si uno era porfiado, el otro lo era más, y ninguno de ellos quería dejar con la última palabra al otro, pues a medianoche todavía estaban repitiendo:

 

--Yo no.

 

--Yo sí.

 

Y cuando apareció el sol sobre la cordillera, el matrimonio seguía empecinado en sus frases:

 

--Yo sí.

 

--Yo no.

 

Y resulta que esto pasaba poco tiempo después del diluvio, cuando Noé recién había sacado los animales del Arca. Y resulta también que ese día Noé había salido muy temprano para ir a darles un vistazo a sus viñedos, y al pasar cerca de la charca, oyó la discusión y movió la cabeza desaprobatoriamente, porque no le gustaba que los animales del Buen Dios se pelearan. Y cuando por la tarde pasó de nuevo, de regreso a su casa, llegaron a sus oídos las mismas palabras:

 

--Yo sí.

 

--Yo no.

 

Le dio un poco de fastidio a Noé, y, acercándose a la puerta de la casa de los Sapos,

 

les dijo:

 

--¿Quieren hacer el favor de callarse?

 

Pero los señores Sapos, sin oírlo, siguieron diciendo obstinadamente:

 

--Yo sí.

 

--Yo no.

 

Entonces a Noé le dio fastidio de veras y gritó enojado:

 

--¿Se quieren callar los bochincheros?

 

Y San Pedro --que estaba asomado a una de las ventanas del cielo, tomando el fresco-- le dijo a Noé, enojado a su vez porque hasta allá arriba llegaban las voces de los porfiados discutidores:

 

--Los vamos a castigar, y desde ahora, cuando quieran hablar, sólo podrán decir esas dos palabras estúpidas.

 

Y ya sabes ahora, Mari-Sol de mi alma, por qué todos los Sapos de tódas las charcas del mundo dicen a toda hora y a propósito de toda cosa: --Yo sí.

 

--Yo no.

 

 

BRUNET, Marta. Yo sí...Yo no. Cuentos para Marisol. Obras Completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag, 1962. Pp. 314-315.